miércoles, 30 de mayo de 2012

Volver al pasado

Si uno analiza brevemente la historia de la arquitectura se dará cuenta que ésta hace una y otra vez alguna referencia al pasado.

A veces esta referencia se basa en una reinterpretación del lenguaje, mientras que otras veces el pasado solo sirve como ejemplo de lo que no hay que hacer. Una o la otra, estas actitudes sobre el pasado me parecen totalmente naturales y propias de cualquier análisis histórico que hagamos sobre cualquier campo. Y es que el hombre tiende a avanzar (o evolucionar? O estoy exagerando con las dos palabras?) en una sola dirección pero constantemente dando vueltas en U, agarrando rotondas y hasta pasando varias veces por el mismo punto de la ruta.

Y es lo más lindo de la historia. Cada volantazo es la causa de un efecto fascinante. O al menos es lo que a la parte optimista y crédula de mi ser le gusta pensar. Porque al final la realidad es que unas veces volvemos al pasado solo porque no sabemos bien para donde ir y esto nos da buenas respuestas, y otras veces solo nos pone en ridículo.

En el Renacimiento se volvió a los elementos clásicos y salieron de ahí obras maravillosas. Unos siglos después aparecieron los Revivals y también volvimos al gótico: Enormes resultados. Un poco después el Eclecticismo nos enseñó a meter diferentes ingredientes en una misma fuente, condimentar y ver qué sale: Excelentes ensaladas salieron de ahí. Después apareció el modernismo, que si me mantengo en la metáfora, sería el nutricionista que trajo la receta del nuevo paradigma.

Y así se ve el constante feedback entre el pasado y el presente. Productivo, creativo e interesante. Pero, como dije, a veces ese feedback muerde banquina.

Y ahora, el por qué de lo que estoy escribiendo. El lunes 28 de mayo se publicó en el Diario Clarín una nota titulada “Eligen los edificiosmás feos del mundo”.  No me quiero detener en la lista de obras sino en el último párrafo de la nota en la que aclaran que ningún edificio en la Argentina estaba incluido en la lista, algo que me genera más sospechas que alivio.

Sin embargo, el autor (al que me gustaría invitarle un café en agradecimiento de la carcajada que me dio) aclaró: “(…) bien podría figurar el Chateau Libertador, en Palermo, un adefesio de 40 pisos que fue definido con precisión como el Ricardo Fort de los edificios”.
La verdad es que sigo sin saber qué estaban pensando los proyectistas cuando volvieron al pasado de una manera tan estúpida. Más allá de que la torre no es más que un stretch de una fachada de la Champs Elysees; no se en qué momento se estableció, o se puso de moda, la idea de que envolver una torre en mármol, columnas griegas y arañas de oro era un símbolo de elite. Algo así como nadie sabe por qué Ricardo Fort se sigue llenando la cara de plástico sin darse cuenta que esta cada día más cerca de ser un juguete.

No se dieron cuenta que los orígenes de la torre (de viviendas u oficinas) nació bajo una ideología totalmente contraria al clasicismo. E intentar mezclar dos ideologías en la que una surgió para llevarle la contra a la otra genera estos ridículos y enfermizos resultados.

El nutricionista te retaría si se enterara que comiste en McDonals a pesar de pedir Coca light.

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