miércoles, 13 de noviembre de 2013

El laberinto del diseño

Es difícil darse cuenta, entre tantos personajes, para quién diseñamos. El proceso de proyectar y construir es verdaderamente un laberinto y con cada curva nos encontramos -¿o nos chocamos?- con un personaje nuevo que se agrega a la ecuación.


Se podría decir que, en un principio, se diseña para el comitente. Esto no solo lo dice la teoría que nos enseñaron, sino la sociedad de consumo en la que vivimos desde que nacimos. Proveedor/Cliente. Y punto.

Y con esa simple relación comienza todo: Se arma un programa de necesidades, se analiza el terreno, se estudia el presupuesto y dale que vamos Firmamos el contrato y arrancamos con los croquis preliminares.

El diseñador frente a la hoja en blanco se da cuenta que, dentro de las obvias limitaciones legales y económicas, puede simplemente hacer lo que se le antoja, lo que más le guste, lo que le salga; y ahí llegó otra curva, en la que nos chocamos con nosotros mismos. Porque nos queremos lucir, tal vez no busquemos la mejor solución al proyecto, sino la más llamativa.

Esto responde a la búsqueda que todos tenemos del éxito profesional, de ser originales y creativos -¿vanguardistas tal vez?-. Y no me parece una actitud incorrecta, pero se debe mantener bajo control; no hay que olvidarse que la búsqueda desesperada de prestigio suele ganarle al profesionalismo

¿Y de donde viene el prestigio? ¿Quién lo otorga? Otro personaje: El crítico. Tercera curva, tercer choque.
Y en este aspecto cabe acotar que muchos proyectos pagan por aparecer en páginas de alguna revista de diseño y eso me hace cuestionar dónde está la línea que divide la opinión del lucro. Pensando un poco esto último, llego a la conclusión de que, hoy en día, aparecer en una revista nos ayudará a conseguir un nuevo proyecto, nos dará algo de nombre, nos abultará un poco la billetera, pero no necesariamente nos dará prestigio. 

Claro está que a esta altura del recorrido por este complejo laberinto, ya superamos al comitente, a nuestros soberbios ojos un ignorante de las artes, que solo se queda preocupado al ver los dólares que se van consumiendo a medida que avanza la obra.

Continuamos y nos encontramos con el usuario. Y no... No siempre el usuario es el comitente. Es más, en la ciudad de Buenos Aires pocas veces lo es. La gran mayoría vivimos en edificios productos de grupos inversores y fideicomisos. Cuarta curva y esta vez no se para ni se choca, se pisotea. Nada tiene para hacer el usuario que queda a merced de lo que salga de la peligrosa combinación entre el ahorro del comitente y el ego del diseñador. Y se tendrá que adaptar o vender. Y esa fue la realidad de muchos 

Doblamos una vez más, quinta curva, y aparece la ciudad. No voy a ir tan lejos de decir que este personaje es pisoteado, pero definitivamente recibe unos buenos golpes. El impacto que tiene una obra en su contexto es enorme y frecuentemente ignorado. En mi opinión pocos se dan cuenta que la ciudad es en sí misma una obra de arquitectura, que alberga pasado y futuro, que tiene un plan urbano y se enriquece a través de nuestra responsabilidad y ética profesionales. 

Entonces, luego de tantas curvas y golpes, paramos y nos preguntamos: Entre tantos personajes ¿Para quién diseñamos? ¿Cuál es la fórmula del buen diseño? Ese que considera a todos los involucrados y le da al diseñador un prestigio verdadero.

Peter Zumthor dijo: La arquitectura es un arte habitable. La perfecta frase que combina la complejidad del habitar humano y la creación artística. Y ahí está la respuesta: El arquitecto es exitoso cuando encuentra el equilibrio entre la funcionalidad, que nuclea a todos los involucrados, y la expresión, que enriquece al arte.

Y a no desanimarse, siempre supimos que los laberintos suelen ser difíciles...

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